Junio a septiembre de 1980, Baltimore

Junio a septiembre de 1980, Baltimore

Keith no había tenido una infancia desahogada, y eso le había enseñado a apañárselas. El primer domingo que le dedicó al loft, se esforzó por tirar un cable del disyuntor principal, y esa misma noche consiguió conectarlo, a costa de una peligrosa escalada, a los bornes del transformador situado en lo alto de un poste eléctrico que se erguía delante de una de las ventanas. La operación le llevó el día entero, pero el almacén volvía a tener electricidad.

Los días siguientes iba al loft al salir de trabajar, y también le dedicó el fin de semana entero. Al cabo de una semana, esa obra se había convertido para él en un reto. Empezó por reparar el parqué para que algún día pudieran instalarse escritorios encima, arregló los marcos de las ventanas con trozos de madera que cogía del taller donde trabajaba y cargaba en su camioneta. A su jefe no le pasó inadvertido su tejemaneje, y si no hubiera sido tan buen ebanista, seguramente lo habría despedido. Al concluir la primera semana

entró por fin en razón y, ante la magnitud de la tarea, reconoció que nunca podría terminarla él solo. A cambio de unas cuantas comilonas costeadas por las dos chicas, consiguió movilizar a varios amigos que trabajaban en la construcción. Aprendices de fontanero, albañil, pintor y cerrajero fueron a ocuparse de la caldera y las cañerías, de los radiadores de hierro que había que purgar, de las paredes decrépitas y de la herrumbre que cubría todas las superficies metálicas. May y Sally-Anne no se quedaban de brazos cruzados. Ellas también lijaban, atornillaban y pintaban, cuando no daban de comer y de beber a la cuadrilla constituida por Keith.

El ambiente era efervescente, pero entre ellos tres se estableció un sutil juego de seducción. Una de las chicas era experta en la materia, la otra era sincera, y Keith ya no sabía qué pensar.

May lo encontraba encantador. Espiaba todos sus gestos, a la espera de que necesitara ayuda, y se las agenciaba para estar cerca en el momento oportuno. Cuando intercambiaban algunas palabras, él clavando clavos en el parqué y ella lijando a su lado, descubría que su conversación era tan interesante como su físico. Pero la mirada de Keith siempre volvía a posarse en Sally-Anne, la cual, hábil calculadora, se mantenía a distancia. May acabó por sospechar que solo las ayudaba para reconquistarla y se guardó sus sentimientos.