Octubre de 2016, Croydon
Me senté a la mesa y traté de interrogar a Maggie, que me hizo entender con una mirada que nuestro padre no sospechaba nada. Cuando se fue un momento, Maggie volvió a coger el móvil y miró la pantalla riéndose.
—No lo he soñado, Rigby, de verdad me has escrito Abort Mission tres veces. ¡No es que veas la tele, es que te la comes!
Papá volvió con un documento en la mano.
—No es tu partida de nacimiento propiamente dicha, sino un extracto de nuestro árbol genealógico, ¡y validado por un notario mormón! A tu banco debería bastarle.
Me apoderé del documento antes que Maggie.
—Anda, qué curioso —dije.
Papá trituraba el interruptor del hervidor eléctrico mascullando para el cuello de su camisa.
—¿Mamá y tú os casasteis después de nacer nosotros?
—Es posible —farfulló mi padre.
—¿Cómo que «es posible»?, lo pone aquí muy claro. ¿No recuerdas la fecha de tu propia boda?
—Antes o después, ¡qué más da! Nos hemos querido hasta su muerte, que yo sepa, y, ojo, que yo la sigo queriendo.
—Pero siempre nos habéis dicho que decidisteis casaros nada más volver a encontraros.
—Nuestra historia era un poco más complicada de lo que queríamos contarles a nuestros hijos por la noche a la hora de acostarse.
—Más complicada ¿en qué sentido?
—Y vuelve a empezar el interrogatorio… Como ya te he dicho, Elby, deberías haber sido policía en lugar de periodista —masculló papá.
Tiró del cable y lo enrolló alrededor del hervidor.
—También se me ha estropeado el hervidor. Esta mañana el coche, ahora el maldito hervidor: francamente, hoy no es mi día.
Cogió una cacerola del aparador, la llenó de agua y la puso al fuego.
—¿Sabéis cuánto tarda en hervir el agua fría?
Mi hermana y yo dijimos que no con la cabeza.
—Yo tampoco tengo ni idea, pero pronto lo sabremos —dijo sin apartar la mirada del segundero del reloj de pared.
—Más complicada ¿en qué sentido? —repetí yo, arrancándole un suspiro a mi padre.
—Las primeras semanas de su regreso no fueron tan sencillas. Le llevó un tiempo acostumbrarse a una nueva vida en un barrio periférico, que en aquella época no era muy alegre que digamos.
—Puedes omitir lo de «en aquella época» —terció Maggie.
—No creo que tu Beckenham tenga nada que envidiarle a mi ciudad, querida. Vuestra madre se agobiaba un poco en este apartamento, todavía no había encontrado trabajo, yo tenía mis horarios y no me los podía saltar, y ella se sentía muy sola. Pero como era una luchadora, se matriculó en unos cursos por correspondencia. Se sacó un diploma, y luego consiguió unas prácticas en un colegio, y por fin su plaza de profesora. A eso hay que añadirle los embarazos, vuestro nacimiento, que nos llenó de felicidad, naturalmente, pero no os hacéis una idea de lo que cuesta sacar a tres hijos adelante, lo sabréis algún día, espero. Bueno, total, que no podíamos permitirnos comprar un vestido de novia, anillos y todo lo que acompaña a una boda. Así que esperamos un poco más de lo que nos habría gustado antes de darnos el sí quiero. ¿He satisfecho tu curiosidad?
—¿Cuánto tiempo después del resurgir de vuestra historia de amor se quedó embarazada mamá?
—Qué bonita manera de decirlo. A vuestra madre no le gustaba nada que yo mencionara nuestro primer escarceo. Habían transcurrido diez años, ella había vivido, se había convertido en una persona distinta y no sentía ninguna empatía por la muchacha que había sido en el pasado. De hecho, la idea de que yo pudiera haber estado enamorado de esa muchacha casi le hacía sentirse celosa.